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Juan Carlos Monedero | España, ortodoxos y heterodoxos
Si no fuera porque los medios de comunicación les cubren sus mentiras, causaría ternura la defensa del PP y de VOX de la Constitución Española de 1978. Hace cuarenta años, la mitad de los diputados de Alianza Popular votó en contra o se abstuvo. En su Congreso fundacional gritaban ¡Franco, Franco! La derecha española siempre va medio siglo tarde con los cambios. Y cuando defiende lo que existe y que antaño negó es porque el pueblo ya está pasando pantalla. La derecha española siempre tiene su utopía en el pasado.Por eso mira a la vieja Castilla de la antigüedad. Por eso es incapaz de pensar una nación nueva.
Su referencia siempre es alguna suerte de ortodoxia. Siempre bebe de las mismas fuentes. Uno de los grandes ideólogos de la derecha española católica y reaccionaria, el erudito Marcelino Menéndez Pelayo, dedicó una parte importante de su obra a señalar a los heterodoxos españoles, a la mala España a la que la buena España debía expulsar: «España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio, esa es nuestra grandeza y nuestra unidad… no tenemos otra. El día que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo (…)». Tres décadas antes, Donoso Cortés, otro doctrinario, había dicho en su «Discurso sobre la dictadura»: «se trata de escoger entre la dictadura que viene de abajo y la dictadura que viene de arriba; yo escojo lo que viene de arriba, porque viene de regiones mas limpias y serenas: se trata de escoger, por último, entre la dictadura del puñal y la dictadura del sable; yo escojo la dictadura del sable, porque es mas noble». Podríamos escucharlo hoy en el Parlamento Español.
Sin embargo, España ha cambiado. Por eso la derecha ha intentado encarcelar al Delegado de Gobierno de Madrid y a la Ministra de Igualdad con motivo del 8M; por eso ha intentado meter en la cárcel a Pablo Iglesias inventando acusaciones sin fundamento de financiación ilegal que siempre han tumbado los tribunales. Por eso han intentado condenar a la cúpula de Podemos diciendo que han regalado dinero a una consultora (no que se ha financiado ilegalmente, sino que a pesar del ERE que tuvo que hacer, ha financiado a una consultora). Por eso han intentado forzar la dimisión del Ministro Marlaska haciendo ruido de sables con sectores del Opus Dei en la Guardia Civil, con dimisiones como la de Pérez de los Cobos, que debían desencadenar la ruptura del Gobierno. Por eso la derecha ha aumentado la presión en los medios de comunicación desde el confinamiento, ha ido a Europa a intentar que se le quitaran a España los fondos europeos y mantiene la vigencia inconstitucional del Consejo General del Poder Judicial. Por eso un grupo de militares retirados, con derecho a portar armas, han intentado un pronunciamiento conjunto contra el gobierno de coalición, para contrarestar el mal momento del Rey Emérito y la aprobación de unos presupuestos que superan la condena repetida de los presupuestos que dejó el artero Montoro cuando era Ministro de Rajoy.
Aquella imagen de los diputados y diputadas de Unidas Podemos poniendo los abrigos en el respaldo de los escaños del Congreso de los Diputados, desconociendo roperos, despachos, ujieres y protocolos, era la señal de que la política estaba tomada por gente que no sabía que era imposible, fue y lo hizo. La mirada de Rajoy a las rastas de Alberto Rodríguez resumía el desconcierto. La coleta de Iglesias era algo intolerable recortada ahí, insultante, contra un escaño. ¿Estaban en una rave o en el Parlamento? Y empezó Venezuela, Cuba, Irán, Corea… La exigencia de Pedro Sánchez a Pablo Iglesias de que habría gobierno siempre y cuando no estuviera el político de la coleta sentado en esa mesa, fue el penúltimo intento de frenar lo inevitable. Alguien hizo mal las cuentas y evaluó mal la determinación de Podemos, de manera que, finalmente, y contra todo pronóstico de las élites, el primer Gobierno de coalición desde tiempos de la República se producía. Porque España ha cambiado.
En mitad de una pandemia. ¿No iban a ser capaces las élites, que controla el dinero, los medios, la judicatura, de tumbar en esas cómodas condiciones al gobierno? Llevamos dos siglos con una derecha acostumbrada a que no se mueva nada y a que, cuando no hay más remedio, todo se mueva para que las cosas permanezcan en su sitio. La izquierda puede ganar el gobierno, pero el poder siempre está en otro sitio. Pensar que la derecha iba sin más a aceptar el resultado es desconocer la historia de la derecha española.
Oficinas del Estado donde no manda el pueblo
Una de las inercias más fuertes que tienen los Estados europeos en el siglo XXI tiene que ver con la gestión económica, siempre en manos de una lógica y unos funcionarios que se reproducen de manera endogámica. Es bastante común que cuando gobierna la izquierda, tenga que buscar a los responsables de la gestión económica fuera de los partidos de izquierda. Cuando terminan su tarea, esos cuadros regresarán al lugar de donde salieron. Eso sí, con una agenda política ampliada.
«Los ministerios de hacienda, de economía, los departamentos del tesoro, los Bancos Centrales siempre tienen una conexión permanente con el último bastión de la lógica de acumulación neoliberal»
La arquitectura del Estado se resistió durante el siglo XX a la entrada de la izquierda en los gobiernos. Fue entregando plazas solo con una enorme resistencia. La primera barrera siempre ha sido la electoral. Las patronales financian a los partidos de la derecha (y si ven que no les alcanza, se inventan otros nuevos), les apoyan mediáticamente, colaboran en la persecución judicial de los adversarios de izquierda, estigmatizan las vertientes más radicales dentro de la socialdemocracia, (que siempre estaban por acordar pactos con los sectores a la izquierda de la propia socialdemocracia) y, en última instancia, amenazan con el hundimiento de la economía si no se cumplen sus deseos.
Cuando la derecha ha perdido los gobiernos, ha empezado la pelea mediática y judicial. Dentro del Estado, se ha atrincherado en los departamentos económicos, casi siempre liderados por gente que, perfectamente, podían hacer la misma tarea por encargo de la derecha. Esos ministerios, los que se denominan de ingresos, siempre han puesto de rodillas a los ministerios de gasto. Los ministerios de hacienda, de economía, los departamentos del tesoro, los Bancos Centrales siempre tienen una conexión permanente con el último bastión de la lógica de acumulación neoliberal, que está situado lejos de donde la democracia nacional puede actuar. En Bruselas, en Washington, en Berlín, en Londres, en Basilea o Davos. Son sitios donde se dan órdenes. No se negocia.
Da lo mismo que los Ministerios de economía y hacienda estén en minoría ideológica en un gabinete. Saben que hay una lógica externa que pone de rodillas a los países. Esa gente maneja esos resortes, porque los han aplicado a otros países. Y no tienen problemas en aplicarlos a los suyos. Porque su futuro no depende de que hagan en sus países políticas que beneficien a la mayoría. Regresarán a sus empleos internacionales solo si son disciplinados. Les va el sueldo en ello. Siempre van a argumentar en esa lógica que les ha llevado a ser lo que son. Todos ellos, en la izquierda o en la derecha – Calviño, Solbes, Elena Salgado, Carlos Solchaga, Miguel Boyer, Montoro, De Gindos o Rato- han retomado el hacha del verdugo neoliberal tras acabar su cometido político. Ni uno se ha ido a trabajar a un sindicato, a dar clases en la universidad pública, a asesorar a una ONG. Les escogen cuidadosamente para que no cometan errores.
«El desmoronamiento del PP ha coincidido con la decadencia de Europa y de España en la economía globalizada. A falta de negocios basados en la competitividad, la derecha, siguiendo una pauta histórica, buscó el atajo de la corrupción«
Los dueños tradicionales de España han hecho todo lo que estaba en su mano para acabar con Podemos. Tenían en nómina al hombre que leía el futuro para la derecha, Pedro Arriola, que no les avisó a tiempo de que el 15M era un terremoto que demostraba que España había cambiado. «Unos frikis», contestó el hombre que ayudaba a predecir el devenir y, por tanto, contratos, inversiones e incluso mordidas que anticipaban un posible negocio.
El desmoronamiento del PP ha coincidido con la decadencia de Europa y de España en la economía globalizada. A falta de negocios basados en la competitividad, la derecha, siguiendo una pauta histórica, buscó el atajo de la corrupción. Que Rodrigo Rato, el responsable del llamado «milagro económico» del PP (una estructura de corrupción, especulación, privatizaciones y beneficios a corto plazo) terminara en la cárcel, aumentó la preocupación. Y por si fuera poco, el cemento de ese cruce complicado entre diferentes intereses económicos y la política, el Rey Juan Carlos I, iba camino de Abu Dhabi, lo que recordaba el trayecto de su abuelo camino de Estoril en 1931.
Las élites económicas buscaron igualmente, ante el empuje de Podemos y tras el fracaso de Rubalcaba -«el hombre que sabía»-, a una persona como Pedro Sánchez. Eduardo Madina no les pareció lo suficientemente de confianza, pese a disfrutar del apoyo de Felipe González. Pero no contaron con que a Sánchez le pesaban más sus propios planes que los de los que se creían sus jefes.
«El 15 rompió el orden profundo de España: monarquía, bipartidismo, centralismo, reacción y capitalismo de amiguetes»
Terminaron cortándole la cabeza cuando también les salió respondón.Pero contra todo pronóstico, todo se volvió en contra de las élites. Y ha terminado de Presidente del Gobierno, acompañado en el Palacio de la Moncloa ni más ni menos que por Podemos y, para más inri, por Pablo Iglesias, que era el principal objetivo a batir. No han podido pese a todos los intentos. Porque España ha cambiado.
Los que siempre han mandado en España habían confiado en Albert Rivera, al que le construyeron un partido para que recogiera los restos del naufragio de la corrupción del PP. Pero el Ibex 35 ya no es lo que era, y el bancario catalán se creyó que todo lo que le había pasado era obra suya. Terminó de nuevo en el sector privado, poniendo su agenda política al servicio de aquellos a los que había desobedecido. Y Ciudadanos se derrumbó tambaleándose entre la ultraderecha de VOX y un centro que era «su» lugar pero en donde no se movía a gusto. No olvidemos que Ciudadanos nació inflamando el conflicto en Catalunya. No pocos de sus referentes han terminado en el entorno de VOX.
El 15 rompió el orden profundo de España: monarquía, bipartidismo, centralismo, reacción y capitalismo de amiguetes. Con Juan Carlos I cazando elefantes en Botswana en el momento más duro de la crisis, con el PP y el PSOE pactando la reforma del artículo 135 y sumergidos en inabarcables casos de corrupción, con millones de catalanes en la calle pidiendo más soberanía y con el jefe de la patronal y el responsable del «milagro» económico del PP camino de la cárcel.
En la historia constitucional de España, invariablemente, en el lado del conservadurismo estaba, como principio legitimador, la nación identificada con la monarquía y la iglesia católica. La Constitución de 1845 del General Narváez, con la inestimable ayuda del lúcido reaccionario Donoso Cortés (que sería una gran influencia en Carl Schmitt, el igualmente lúcido jurista nazi) estableció un principio que aún lastra la democracia española: la soberanía de la Nación solo se expresaba en las Cortes (no en ninguna otra forma de participación popular) que compartía su mando con la soberanía del Rey. Una monarquía constitucional sin soberanía popular ni nacional. España se fue configurando, desde el siglo XV, como un país compuesto al optar los Reyes Católicos por hacer un Imperio -que siempre deja más sueltos a los territorios- y no una nación. A esa condición plural de España le intentarían poner fin los cañones que bombardearon Barcelona en 1714 durante la guerra de Sucesión. Los que apoyaron al Borbón vencedor, Felipe V, mantuvieron parte de su autonomía -le ocurrió al foralismo vasco-. Los perdedores, sin embargo, empezarían a sufrir lo que el propio Felipe V llamó «derecho de conquista».
« en vez de derechos, lo que ofrecía el hecho de ser «español» era una identidad, no un catálogo de exigencias democráticas, sino simbología identitaria que reposaba en la noche de los tiempos, en Don Pelayo, en los visigodos, en una iglesia eterna y en los que han defendido la patria de sus enemigos«
«España, demasiados retrocesos», resumió el historiador Ramón Carande. La nación española, en construcción, se había levantado en 1808 contra Carlos IV por no entender el nieto de Felipe V que la monarquía era un depósito de la nación que no podía entregar a Napoleón como si fuera una posesión familiar. Después vendría Fernando VII fusilando liberales, gobernando con el apoyo «de los 100.000» mercenarios franceses que le restituyeron en el poder, y también la expulsión de España de la Regente María Cristina en 1840 tras intentar quitarle a los municipios la elección directa de los alcaldes. En España, las protestas democráticas siempre han venido de los municipios y las periferias.
Narváez adelantaría lo que luego consagraría Cánovas en la Constitución de 1876: todo el poder que tenga el Rey no lo tendrá la nación, es decir, el pueblo. Por eso el mando de las fuerzas militares siempre se entregó al Rey, un claro contraste con el «pueblo en armas» de la Revolución Francesa. Y por eso, en vez de derechos, lo que ofrecía el hecho de ser «español» era una identidad, no un catálogo de exigencias democráticas sino simbología identitaria que reposaba en la noche de los tiempos, en Don Pelayo, en los visigodos, en una iglesia eterna y en los que han defendido la patria de sus enemigos. La igualdad entre los españoles, sostiene Xabier Domenech en Un haz de naciones, ofrecía una idea de nación «étnico-cultural» y no política. Por eso, residía en «compartir una historia y una cultura común, una identidad y no unos mismos derechos».
«La derecha española nunca ha ofrecido una legitimidad basada en representar a una ciudadanía con derechos, sino en la representacion de la nación, una nación imperial y excluyente poblada de banderas. Por eso se ha refugiado, por esa mirada constante por el retrovisor, en Castilla. No algo a conquistar, sino algo a recuperar. Y en esa misma lógica, amenazada por los «antiespañoles»
La derecha española siempre ha sido monárquica, para concentrar en el Rey –con mando de las fuerzas armadas- el poder que no se quería conceder al pueblo. Ha sido católica, como forma de legitimar a la monarquía. Ha sido, por el peso de la monarquía, el ejército, la iglesia y el peso tradicionalista, necesariamente patriarcal. Ha sido centralista, para frenar, principalmente, el juntismo y el municipalismo que, no en vano, fue el que provocó el exilio de María Cristina, la Reina regente de Isabel II, cuando, como decíamos, quiso impedir la elección directa del alcalde por los vecinos en 1840. Y, por supuesto, contraria al regionalismo y las reivindicaciones de los reinos históricos que desafiaban a la burguesía articulada en la corte madrileña. La modernización capitalista en España se hace contra los campesinos. Y por eso los campesinos van a alimentar los ejércitos carlistas y, en el otro extremo, las filas anarquistas.
Cuando se establece el sistema de provincias en 1833, sin ninguna base histórica, se buscaba que desde el centro se controlara desde lo militar, la hacienda y la justicia en todos los territorios, en una tensión que quería homogeneizar un país muy diverso. Aún hoy, para ir de Sevilla a Alicante tienes que pasar por Madrid. Y la derecha siempre ha pretendido que el castellano sea el único idioma español. La lengua como arma arrojadiza es parte de esa condición centralista de la derecha española.
La derecha ha sido clientelar, y por eso no ha desarrollado un capitalismo competitivo. Y ha sido reaccionaria y nacionalista, incapaz de reconocer derechos a las mayorías. Ha sostenido su poder en el recurso constante al ejército y a la oferta identitaria basada en la bandera, en la religión, en una españolidad imperial y eterna basada en mitos y mentiras, y en el relato de la constante conspiración contra España por parte de potencias extranjeras. La derecha española nunca ha ofrecido una legitimidad basada en representar a una ciudadanía con derechos, sino en la representacion de la nación, una nación imperial y excluyente poblada de banderas.
Por eso se ha refugiado, por esa mirada constante por el retrovisor, en Castilla. No algo a conquistar, sino algo a recuperar. Y en esa misma lógica, amenazada por los «antiespañoles», es decir, por los compatriotas que tenían una idea diferente de España. España la vive la derecha como una pertenencia y por eso creen que tienen derecho a echar de su casa al Vicepresidente Pablo Iglesias y a la Ministra de Igualdad Irene Montero, decirle a la gente de Podemos dónde pueden o no pueden comer o preferir un gobierno que asesinó a 200.000 españoles antes que al gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos.
«Desde el siglo XIX, la alternativa a la derecha y a las élites ha sido, necesariamente, lo contrario: republicana, laica, federalista y municipalista, socialista, comunista y anarquista y progresista»
Por supuesto, a esta derecha, de la Constitución de 1978 le interesan, sobre todo, los artículos que entregaron a los padres de la Constitución los militares (el artículo 2, sobre la indivisible unidad de España y el artículo 8, sobre el papel de los militares en la defensa de la unidad de España). Los artículos sociales los desprecian. No en vano, los antecedentes de VOX y del PP votaron en contra de la Constitución. Sólo la defienden hoy porque hay una España que quiere seguir avanzando.
Esta condición reaccionaria y nacionalista estrecha, sostenida sobre un relato excluyente, explica el necesario recurso permanente al adoctrinamiento en la escuela, en la producción cultural, en la iglesia y en los medios de comunicación. La derecha española siempre ha quemado libros (en la Transición quemaba librerías) y nunca ha faltado un cura santificando esa hoguera. Que le pregunten a Alonso Quijano.
Desde el siglo XIX, la alternativa a la derecha y a las élites ha sido, necesariamente, lo contrario: republicana, laica, federalista y municipalista, socialista, comunista y anarquista y progresista. Le ha costado también asumir el feminismo, pero finalmente lo ha incorporado como una batalla necesaria.
Todas las batallas culturales que tiene ahora mismo España beben de esa necesidad arcaica de la derecha española. La derecha sigue luchando por controlar la educación y los medios de comunicación. Sigue defendiendo la bandera como baluarte principal de la españolidad (acaban de llenar las luces navideñas de banderas en Madrid). Sigue defendiendo a la monarquía, aun con Juan Carlos I en Abu Dhabi, y sigue sintiendo el catolicismo antiguo como su refugio (por eso no les gusta el Papa Francisco). Sigue necesitando enemigos internos de su idea estrecha de España, y por eso necesita constantemente hablar de separatistas, terroristas, comunistas, ateos, feministas, que ponen en peligro esa identidad de España. Siguen vinculados a una élite empresarial arcaica (que hace regalos a los reyes), se relacionan con la extrema derecha europea y odian al feminismo como una reclamación que pone en cuestión su orden mítico.
Han pasado casi doscientos años desde Narváez. Y sin embargo, las batallas culturales en España siguen pareciéndose muchísimo.
Tampoco nos engañemos: las élites se enfadan cuando se gobierna tocándoles el bolsillo. Suelen adelantarse a ese riesgo y se gastan el dinero que haga falta para torcer el rumbo de la voluntad popular. Pero no siempre les salen bien los planes más pacíficos.
Por eso, cuando se enfrentan a decisiones que ya no tienen marcha atrás, dan zarpazos. En España, de momento, los golpes han tenido que ver con la creación de una policía política que se ha inventado pruebas para sacar a Podemos de la política –encarcelando a sus líderes o estigmatizándoles-, por el uso de los aparatos del Estado para desacreditar a los adversarios –CNI, agencia tributaria, policía y guardia civil, Consejo General del Poder Judicial- y, principalmente, por el alineamiento de la práctica totalidad de los medios de comunicación para disparar día sí y día también contra Podemos.
Que, a su vez, han generado comportamientos inéditos en la recuperada democracia española, como el asedio en su casa durante meses al Vicepresidente del Gobierno y la Ministra de Igualdad o las agresiones y señalamientos a los líderes de Podemos negándoles derechos básicos de ciudadanía. Este tipo de agresiones generaron todo tipo de razonables condenas por parte de todos los partidos políticos y de los medios cuando se hacía por parte de grupos independentistas (incluso se las señalaba como continuación del terrorismo cuando ETA ya había dejado de asesinar) pero que, en el caso de Podemos, muy al contrario, son jaleadas por los propios medios de comunicación. Carlos Herrera, en la COPE, la radio de los obispos, invitó a ir de Romería a la casa de Iglesias y Montero. Muy cristiana no parece la propuesta. Quizá por eso mismo llamó «escoria» a los tres millones de votantes de Unidas Podemos.
Regular democráticamente la economía toca el bolsillo de las élites. El Ingreso Mínimo Vital, la subida del SMI, los créditos ICO, el «escudo social» que prohíbe los desahucios y cortes de suministros durante los meses más duros de la pandemia y el Estado de alarma, los ERTES y la vigilancia de los fraudes empresariales con los mismos, la limitación del precio de los alquileres, la regulación teletrabajo son todas novedades que marcan un nuevo rumbo. Porque España ha cambiado. Pensar que las élites van a aceptarlo democráticamente es ingénuo.
Pedro Sánchez busca, como todo Presidente de Gobierno, gobernar con la mayor tranquilidad posible. Las cadenas siempre se rompen por el eslabón más débil, es decir, por el que tiene menos fuerza para aguantar la presión. Claro que los poderosos siguen presionando. En los medios y donde más daño puedan hacer.
Ahí aparecen las presiones por parte de aquellos sectores del PSOE que están ganados para la lógica de las élites. Felipe González, salvo cuando les generó incertidumbre al final de su mandato, nunca ha molestado ni a las élites, ni a la OTAN, ni a las finanzas internacionales ni a la conversión neoliberal de Europa.
Los llamados «barones» de la España central forman parte de las presiones que recibe Sánchez. Recordemos que Emiliano García-Page, Javier Lambán y Guillermo Fernández-Vara participaron de la defenestración de Sánchez en 2016. Por convencimiento o porque, como no han hecho grandes esfuerzos para cambiar la manera de pensar en sus Comunidades Autónomas, limitándose a gobernar dentro de un bipartidismo que se parece muchísimo, con sus salvedades, al del siglo XIX, pues tienen que pensar como la derecha en asuntos como la organización territorial del Estado, el papel de la iglesia, la defensa de la monarquía, el orden que marcan las fuerzas vivas o Europa.
Sólo con las fuerzas del conjunto de España que quieran integrarse en un nuevo poder republicano y federal puede ofrecerse un nuevo Estado. En esa propuesta, son esenciales las fuerzas vinculadas a Podemos en Euskadi, en Catalunya, en Galiza, Baleares, Comunidad Valenciana y también, con sus propios contornos, en Andalucía y en el resto de los territorios. La apuesta republicana federal es la que da sentido a Unidas Podemos en las naciones históricas. Es ahí también donde fuerzas independentistas, como ERC o Euskal Herria Bildu, no tienen más remedio que apostar por la república federal como un paso hacia sus reivindicaciones. Que irán coevolucionando en ese mismo diálogo.
«un futuro donde el trabajo, la vivienda, la autonomía personal, el ocio y la alegría no sean expulsadas por el «Prohibido pensar» de la derecha. Y que no se deja enredar por prisas que pongan el resultado por delante del debate. No. La antesala de cualquier cambio profundo siempre es una gran conversación»
Esta incorporación de las fuerzas nacionalistas a la gobernabilidad de España reconfigura el tablero. En primer lugar, porque la experiencia traumática de la lucha armada de ETA, con el terrible dolor causado por la insania terrorista, obliga a otro rumbo. Otro tanto pasa con el fracaso de la vía unilateralista del proces, que se ha zanjado como un error y un fracaso que se sostiene solamente por las trampas judiciales que se han cebado con los independentistas.
Ha sido Unidas Podemos, y en concreto Pablo Iglesias, quien ha convencido a las fuerzas nacionalistas de la necesidad de este nuevo rumbo. Algo que se empezó a construir en el Encuentro de Zaragoza en septiembre de 2017 (donde estuvo el PNV y se ausentó Bildu).
La España de futuro tiene que seguir el rumbo alternativo al marcado por la derecha durante los dos últimos siglos. Por eso tiene que ser republicana, federal, plurinacional, laica, superadora del capitalismo, pacifista, internacionalista. Y en esa misma lógica, incorporando lo que ensanche la base de la libertad, la igualdad y la fraternidad. En muchos de estos valores, que son los que engloba la idea de República, también puede encontrarse una derecha democrática e incluso esa nueva generación de emprendedores que se abochorna de la forma de hacer empresa en la España de la oligarquía y el caciquismo. No veo a algunos jóvenes empresarios españoles pidiéndole al Rey Felipe VI que les abra la puerta de las mordidas para que hagan negocios en Arabia Saudí. Se abren paso porque son competitivos, y por eso se respetan a sí mismos. Lo contrario les abochornaría. En la República no es que quepa una derecha moderna: es que es su único espacio.
Esa España alternativa que tiene un hito claro con la aprobación de los presupuestos, ofrece una épica a la gente joven, una reparación a la gente mayor y esperanza a las mayorías: una España reformable, sin tope de velocidad, que cierra la puerta al más rancio de los pasados, que entiende el feminismo y el ecologismo como la continuidad de los valores igualitarios y fraternos, y que por su contenido social –la república en España solo puede ser social- les permite pensar en un futuro donde el trabajo, la vivienda, la autonomía personal, el ocio y la alegría no sean expulsadas por el «Prohibido pensar» de la derecha. Y que no se deja enredar por prisas que pongan el resultado por delante del debate. No. La antesala de cualquier cambio profundo siempre es una gran conversación.
La derecha española, sin ideas y refugiada en la irracionalidad de un pasado mítico, no tiene futuro porque se empeña en tener solo pasado. Por eso la derecha empresarial no se está entendiendo con la derecha política. La necesaria ruptura de la derecha con su pasado pasa también por la aceptación del republicanismo.
«Todos los que sabemos que España necesita un nuevo contrato social por el que tengamos ganas de pelear. Y ese contrato social va a hacer de España un país republicano, social y federal.«
Decía Ortega que Europa terminaba en los Pirineos. Pero no es verdad. Ni lo fue en su momento. Han sido los constantes retrocesos los que han frenado a España. Ahora estamos en la frontera de un nuevo salto democratizador. Y por eso la reaccion está tan virulenta. Su odio está vinculado a nuestra esperanza. Con ellos, reyes corruptos, militares golpistas, empresarios ligados a tramas negras, obispos reaccionarios, banqueros conspiradores, empresarios desalmados, periodistas corrompidos, maltratadores profesionales y toda una cuerda de defraudadores de los principios democráticos. Es evidente que hay gente de bien en esas filas. Pero no son los tramposos que juegan a la desestabilización para pescar con artimañas en el río revuelto de una España llena de incertidumbre. Sus gritos solo buscan aturdir.
Enfrente, políticos decentes y ciudadanos comprometidos, militares y cuerpos y fuerzas de seguridad que abrazan la Constitución, sindicalistas, empresarios que pagan impuestos en España y crean puestos de trabajo, cristianos de base y creyentes que no confunden religión y Estado, el mundo de las finanzas solidarias, el periodismo honesto, el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, los que luchan por la libertad sexual, las maestras y maestros y demás profesores que saben que la educación es un bien público, los sanitarios que saben que también son trabajadoras y trabajadores de un bien público, los defensores de la libertad en las redes, los trabajadores y trabajadoras de la cultura, los que han mantenido viva lo mejor de la memoria de España, los que reciben con mantas a los inmigrantes, los luchadores de la cooperación y la solidaridad… Todos los que sabemos que España necesita un nuevo contrato social por el que tengamos ganas de pelear. Y ese contrato social va a hacer de España un país republicano, social y federal.
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